Son muchos años probando paellas y conociendo propuestas gastronómicas y Toni Novo ya iba a ser recordado por hacer dos cosas que están al alcance de muy pocos, pero ahora con su nuevo restaurante ha hecho una tercera que ni él mismo vio venir.
Con Casa Carmela a golpe de excelencia consistente a leña y servicio impecable, primero puso de acuerdo a locales, turistas, profesionales y crítica gastronómica, que la suya era la referencia absoluta de la paella a leña. Casi nada, tratándose de nuestro peculiar universo paellero, un minimundo superpoblado de maestros arroceros domésticos y aún más expertos gratuitos. Indiscutible.
Después consiguió que su negocio fuera no solo rentable, sino además, y más complicado, sostenible. Cerrando noches y domingos para cuidar al equipo, y poniendo precios mínimos para proteger el valor y seleccionar de paso a su clientela, entre otras cosas.
La tercera es la que lo cambia todo. Con un trasatlántico a velocidad de crucero, tienes todo el derecho del mundo a dedicarte a gestionar ese patrimonio tangible e intangible que te has trabajado desde que tienes uso de razón. Mientras acomodas tu vida rechazando las mil y una proposiciones indecentes que te ofrecen en sobremesas envenenadas.

Pero el amor, ay, el amor. Eso le pega fuego a todo. Y Toni es un enamorado, de su vida, de la gastronomía, de su gente, y de su mujer, claro. Y cuando se pone por delante la oportunidad de traer de vuelta ese primer encuentro, ese inicio de todo lo bueno. De recuperar esas Colonias que vieron su vida juntos nacer, el origen de lo que le ha hecho ser referente. A jugar.
Toni se lanza con todo a darle una nueva vida a un espacio único en un lugar aún más único. El lugar de su vida. Y de pronto resuelve con esas dos plantas en Patacona, la asignatura que tenía Valencia pendiente, la de la arrocería con vista mar. Pero como él solo sabe hacer la mejor paella y experiencia posible. Le sale la mejor versión de arrocería posible.
Esa que monta una terraza infinita y disfrutona, con luz sorollesca y salitre embriagador que va a vivir celebraciones antológicas y momentos memorables de más generaciones que las que Casa Carmela ha visto.

Esa que es atendida por un equipo feliz y comprometido, comandado por una Laura con tan buena energía, como predisposición y conocimiento.
Esa que tiene unos entrantes con los que muchos restaurantes podrían basar el 100% de su oferta y costaría encontrar mesa. La ensaladilla de sardina ahumada y el sepionet plancha por ejemplo, son de los que te harán volver a recordar que estás en una arrocería de primerísimo nivel en primerísima línea de playa.




Esa que puede dar de comer a más de 200 personas en mesas cómodas grandes, pequeñas, privadas, escondidas, en versión interior o versión exterior pero siempre, siempre con ángulo “vista mar”.
Y sobre todo esa arrocería que plantea una paella sublime, con casi los mismos ingredientes que su hermana mayor: mismo arroz JSendra DO Arroz de Valencia reservado a los muy, muy expertos, misma verdura y misma carne. Hasta la misma asadura bien visible y los mismos caracoles engañados en casa, el caldo profundo y sabroso, pero con el perfecto equilibrio marca de la casa.

Pero esta paella no es la misma que la de Casa Carmela, esta es la de la Colonia de Carmela. Aquí no hay leña, perdemos olor, pero ganamos vista, cambiamos ahumados, por añiles. La mejor paella seguirá siendo la de la Casa, pero la mejor arrocería ya es la de la Colonia.