Tras cien días en el poder, la administración Trump se enfrenta a serias dificultades en el ámbito económico. La jornada simbólica de la "Liberación", que se presentaba como un impulso para la economía estadounidense, provocó un auténtico terremoto en los mercados: caída de las bolsas, desplome del dólar y, especialmente, un hundimiento del mercado de deuda soberana, donde los rendimientos a largo plazo superaron el 4,5%.
Esta reacción encendió todas las alarmas en la Casa Blanca. El principal problema económico que enfrenta Estados Unidos, y por tanto Trump, no radica en su déficit comercial, sino en el abultado volumen de deuda acumulada, acompañada de proyecciones de déficit fiscal que amenazan con hacerla inmanejable.
Actualmente, Estados Unidos mantiene una deuda equivalente al 125% de su PIB, el doble que en 2008. El déficit fiscal para este año se estima en torno al 6.5%, tras haberse mantenido por encima del 4% desde 2018 y cerrar 2024 en el 6,4%. No se prevén reducciones significativas a corto plazo, lo que anticipa una agravación de la situación financiera.
Más preocupante aún es el "muro de deuda" que afronta el Tesoro estadounidense. Este año vencen alrededor del 25% de los títulos emitidos, y los próximos ejercicios también presentan vencimientos significativos. Gran parte de esta deuda fue emitida a tipos excepcionalmente bajos: una media del 3,5% para los vencimientos de 2025, 2,3% para 2026 y 2,6% para 2027. Sin embargo, actualmente los tipos para plazos de entre dos y cinco años rondan el 4%, y la referencia a diez años se acerca ya al 4,5%.
La refinanciación de esta deuda, de mantenerse las condiciones actuales del mercado, implicará un encarecimiento sustancial del servicio de la deuda. Se estima que en 2025 el pago de intereses representará el 3,2% del PIB (alrededor de 952.000 millones de dólares) y podría duplicarse para 2035, alcanzando 1,8 billones de dólares, un 4,1% del PIB.
Frente a esta realidad, las promesas de rebajas fiscales de Trump resultan extremadamente difíciles de materializar. La urgencia por imponer nuevos aranceles busca generar ingresos adicionales que compensen los recortes fiscales proyectados. Sin estos ingresos extra, los mercados temen un deterioro aún mayor del equilibrio fiscal, lo que podría llevar los tipos de interés a largo plazo por encima del 5%.
Además, ante el inminente "muro de deuda", Trump necesita desesperadamente que los tipos de interés bajen, para refinanciar los vencimientos en condiciones más asumibles. De ahí la creciente presión ejercida sobre la Reserva Federal para forzar recortes de tipos. Sin embargo, los mercados no han concedido tregua: lejos de bajar, las rentabilidades han seguido subiendo, impulsadas por el temor a una mayor inflación y, sobre todo, al riesgo de un déficit aún más descontrolado en un contexto de menor crecimiento.
Ante estas dificultades, Trump ha iniciado una desescalada en su guerra comercial. Primero, ofreciendo una tregua de 90 días para negociar y posteriormente moderando su tono con China, con la esperanza de alcanzar un acuerdo asumible por ambas partes. También ha reconsiderado su compromiso de mantener las deducciones fiscales para los sectores más favorecidos, una medida que inicialmente había defendido contra las propuestas de eliminación impulsadas por la administración anterior.
En definitiva, Trump ha tenido que enfrentarse a la cruda realidad de los mercados. Su enfoque inicial, cargado de populismo y confianza en su capacidad de imponer cambios sin consecuencias, ha chocado contra los límites que impone la disciplina financiera. Como ha ocurrido en otras ocasiones recientes, los mercados han actuado como un freno efectivo a las políticas cortoplacistas que, si se hubieran materializado, podrían haber tenido efectos devastadores a medio y largo plazo para los ciudadanos a quienes supuestamente pretendían beneficiar.
Sergio Serrano Iglesias
Socio/ Área financiera / GSM