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Pepe Borrás, el valenciano que lucha por un internet más libre

Es el único español que puede presumir de haber sido premiado por la National Endowment for Democracy (NED), una reconocida fundación estadounidense, creada a iniciativa del Congreso americano para fomentar la democracia a nivel global. Ahora, tras casi una década en EEUU, vuelve a València para asumir nuevos retos

  • Pepe Borrás en la sede del Centro de Arte Hortensia Herrero.
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El 8 de noviembre de 2023, se arregló un poco más de la cuenta. No es que no se suela arreglar, pero cuando alguien se convierte en el primer español en recibir un premio de la National Endowment for Democracy (NED) —fundación creada por el Congreso de Estados Unidos en 1983 para reconocer las iniciativas globales más importantes en apoyo de la democracia— hay que cuidar todos los detalles. Pepe Borrás (València, 1988) logró ese reconocimiento como jefe de estrategia de NetFreedom Pioneers, una ONG con sede en Los Ángeles que desarrolla soluciones para permitir el libre acceso a internet en los países en los que las libertades tecnológicas peligran.

Pero ¿cómo se llega a ese punto? Puede ser talento, constancia, casualidad, locura… la suma de todo esto y algún ingrediente más. Lo que es innegable es que su perfil no es de los que se asocia con las nuevas tecnologías. Alumno del CEU Cardenal Herrera, estudió una doble licenciatura en Comunicación Audiovisual y Publicidad y, aunque su sueño siempre fue dirigir películas, «me enamoré de la creatividad publicitaria y descubrí que una buena historia, bien contada, puede cambiar el mundo. Una cosa me llevó a la otra y, en 2011, me fui a Suecia a Hyper Island, una escuela para creativos digitales, para especializarme en nuevos medios digitales y tecnología». Allí maridó las dos líneas maestras que han marcado su trayectoria: comunicación estratégica y tecnología. Luego, tras una etapa en Londres trabajando en BBH para marcas como Google, Audi y British Airways, decidió que su sitio para desarrollar las ideas que había ido recopilando urbi et orbi era València.

De regreso, lanzó Workether, un modelo de negocio inusual, parte agencia de publicidad y diseño web, y parte coworking —concepto entonces aquí casi desconocido—, quizás, el primero enfocado a la tecnología en España. «Quería crear un lugar para traer todo lo interesante que estaba pasando en el mundo». Por ahí pasaron la Red Bull Music Academy, el primer evento de bitcoin en la ciudad o una hackathon organizada por la NASA. Allí nacieron las primeras comunidades locales del mundo start-up, y es que, en aquel momento, Workether acogía ocho de los diez eventos mensuales de tecnología, empresa y diseño de la ciudad.

Pero, tras casi cuatro años trayendo influencias de fuera, el cuerpo le pedía abrir horizontes. Entonces sonó el teléfono fijo de la oficina. ¿Casualidad o constancia? «Era alguien con acento americano intentando hablar en español. Llamaba de la New America Foundation desde Nueva York. Decía que me había encontrado haciendo un cribado en internet y quería hablar conmigo», cuenta. Quería saber si estaba dispuesto a colaborar en su nuevo proyecto: aglutinar a todos los grupos que trabajaban en derechos digitales por el mundo. La propuesta era interesante, pero no porque hubiera mucho, «sino precisamente porque casi no encontré nada de información. Había algo en inglés, pero poco. Ni siquiera encontraba algunas palabras en español, porque nadie las había traducido aún», explica.

Una de esas palabras era circunvention, que suena a ‘circuncisión’ pero no guarda ninguna relación. Significa algo así como ‘dar un rodeo’ pero ‘circunvalar' perdía algo del sentido original. Al final, se dio cuenta de que se refería a las estrategias de evasión para eludir la censura. El reto le pareció interesante. «Les pedí más información y me mandaron un documento que dolía a la vista. Tenían una buena causa, pero no se acababa de entender. Les faltaba ayuda a nivel de mensaje, creatividad, branding, diseño… Les dije que me gustaría ayudarles voluntariamente, pero que necesitaba autoridad para hacer las cosas a mi manera, y dijeron que sí. Me impliqué, porque quería que el proyecto viniera a València, aunque no ganara nada con ello».

A las pocas semanas, ya había diseñado toda la estrategia comunicativa y tenía dónde celebrar el evento. Entonces conoció al jefe del proyecto, James Vasile, fundador de Joomla! (una alternativa de código abierto a Wordpress). «En la primera llamada me dijo: "No sabemos muy bien qué estás haciendo, pero funciona. Sigue así". Entonces me pidió, y fue por favor, que me uniera al equipo como director local, y me contrataron», recuerda.

«Vi que era un campo muy técnico, pero de gran impacto social. El problema es que no sabían articularlo para que, tanto el gran público como ellos, entendieran de qué iba la cosa. Ahí es donde mi formación en comunicación sirvió para darle forma al proyecto, y enfocar el concepto desde el punto de vista estratégico», explica. Eso fue el embrión del Circunvention Tech Festival (CTF), el primero de carácter internacional en el que se habló de censura digital y de herramientas para eludir la censura, cita a la que acudieron más de seiscientos activistas de los cinco continentes.

El desembarco

El CTF se celebró en Las Naves en marzo de 2015, gracias también al apoyo de Guillermo Arazo, entonces responsable de las actividades del centro, y que apostó por el evento desde el principio. La Unió de Periodistas y Valencia Plaza les hicieron de cicerones. «La comunidad internacional de derechos digitales le debe mucho a València y a las organizaciones locales», apunta Borrás. El encuentro se celebró con el telón de fondo del Caso Snowden, y todos querían participar: Tor, el CPJ (Comité para la Protección de Periodistas), Tactical Tech, Reporteros sin Fronteras, The Renewable Freedom Foundation, Oxfam Intermón, Unión de Libertades Civiles Americanas (UCLA)…

El problema del CTF es que creó algo más grande de lo previsto. «Todo fue muy bien, pero vi que había que ir más allá, generar un centro de gravedad que entonces no existía y que sirviera de base para hackers, periodistas, activistas, agencias de desarrollo internacional, empresas tecnológicas…», añade.

Todavía estaban celebrando el éxito cuando el director de la división de New America —de la que dependía— lo dejó para comenzar un proyecto propio. El resto del equipo se recolocó. Todos, excepto Borrás. «Con el CTF vi tanto una oportunidad como una necesidad. Con los contactos y la experiencia adquirida, decidí crear una organización pionera sin ánimo de lucro, la primera con la misión de consolidar una red global de defensores del internet Freedom (libertad de internet)».

En 2015, se trasladó a Nueva York y no tardó en cerrar los acuerdos necesarios para arrancar. «El Departamento de Estado de EEUU y la Open Technology Fund apostaron por mí y por el proyecto desde el principio y me ofrecieron financiación», comenta. Luego llegaron Google, Twitter, Facebook, Mozilla…, determinantes para lanzar el que fue el primer fondo de diversidad e inclusión del sector.

Así nació el Internet Freedom Festival (IFF), que se desarrolló entre 2015 y 2020, y que marcó un antes y un después en el mundo del internet libre. Y no porque lo diga él, sino Sue Gardner, exdirectora de Wikimedia (la fundación que gestiona Wikipedia): «El festival de Pepe fue un gran avance para la lucha contra los ataques digitales, la censura y otras cibertácticas amenazantes».

Generar esa red internacional fue una tarea muy delicada. «La seguridad siempre fue prioritaria. Trabajamos con gente que se jugaba la vida». Es difícil escucharle sin pensar en películas de espías. Y algo hay. «A una activista catalana, la policía le puso un tracker en el coche; tuvimos que expulsar a un informador de un gobierno extranjero que trató de colarse…». Para hacer de la cita un espacio seguro, un lugar en el que la información era muy sensible, las entradas eran por invitación, y se investigaba a cada participante. Y para promover la colaboración abierta, se prohibió hacer fotografías, compartir información sobre los asistentes o el contenido de las presentaciones.

«Teníamos voluntarios monitoreando las redes para evitar cualquier fuga de información. Había gente que arriesgaba su vida para asistir, y al volver a su país podían tener problemas serios», recuerda Borrás. En 2020, Pepe ya tenía puesta la vista en otras formas para continuar aportando a la comunidad que ayudó a formar. Dejó la dirección en manos de su equipo, pero la edición de ese año no se pudo celebrar por la covid.

Un cambio de rumbo

El esfuerzo no fue baldío. «Hicimos cosas que hoy parecen muy obvias, pero entonces eran muy innovadoras. Ahora, en cualquier encuentro hay un código de conducta, y nosotros creamos el primero para este colectivo, y probablemente fuimos de los primeros del mundo en establecer un comité específico que, a lo largo de los años se ha utilizado, con algún cambio, en eventos de este tipo».

Pero si hubo algo que llamó la atención del IFF es que «conseguimos casi paridad entre los asistentes, cuando en el mundo tecnológico si iba un cuatro o cinco por ciento de mujeres se consideraba un éxito. Las más de cinco mil personas que pasaron, de unos 140 países, extendieron el ejemplo reutilizando o adaptando nuestros procesos e ideas para fomentar la colaboración entre grupos. A partir del segundo año teníamos más del doble de peticiones que plazas. El IFF de València era una cita marcada en rojo en el calendario por todos los defensores de los derechos digitales», recuerda.

Y no solo para activistas: «Aquí me comí una paella con Jimmy Walles, fundador de Wikipedia, en un encuentro para fundaciones y agencias gubernamentales para definir las prioridades estratégicas de la financiación en este tipo de proyectos». Durante el IFF se crearon las redes latina y africana de formadores en seguridad digital y aún hay grupos internacionales trabajando que nacieron aquí…

A Pepe, tras cinco años de maestro de ceremonias, le picaba el gusanillo: quería estar más cerca del frente, de las estrategias y de la creación de herramientas. Así que aceptó la oferta de NetFreedom Pioneers. «Si, por ejemplo, en Tanzania, cuando llegan las elecciones, el Gobierno ‘desenchufa’ Internet, contacto con activistas locales y diseño un programa para ofrecer herramientas contra esos apagones. Muchas veces desarrollamos tecnologías propias, así que trabajo muy de cerca con nuestros ingenieros en el desarrollo de estos programas. Luego dirijo la implementación», explica sobre
su trabajo.

Uno de los problemas de este tipo de programas es la financiación. ¿No estarán al servicio de las élites? «Sí, tengo el Carnet Jove reptiliano, que se lo dan a los que tienen menos de noventa años», bromea. «Es verdad que la desconfianza existe, pero salvo que te vayas a los extremos, los que trabajan en este campo pueden ser de derechas y de izquierdas, y tienen un enemigo común: la falta de libertad. De hecho, a nosotros nos apoyó el Ayuntamiento de Rita y el de Ribó. En el IFF había todo tipo de ideologías y ningún problema. Recibimos dinero de la Open Society de Soros y del Departamento de Estado de EEUU con Obama y Trump. Los datos eran públicos, no hubo ningún misterio».

Ahora, desde NetFreedom Pioneers trabaja por todo el mundo. «Tenemos proyectos en Irán, Afganistán, Corea del Norte, Birmania, y pronto, también, en África». En Irán, por ejemplo, desarrollaron una herramienta llamada Toosheh (‘mochila’ en persa) —también conocida como Knapsack for Hope—, que les permite enviar hasta cuatro gigabytes diarios de contenido digital a toda la población. Este ingenioso método utiliza la emisión de televisión por satélite para enviar información, aunque los receptores no tengan internet. «El sistema es inbloqueable y permite, además de información vital, enviar software como aplicaciones VPN para saltarse el bloqueo informativo y acceder al internet global».

Cuando Borrás cuenta su experiencia, no falla: todo el mundo le pregunta sobre Corea del Norte. «Es el contexto más complicado y donde es más difícil enviar información. Las soluciones más comunes son muy rudimentarias, como pasar memorias USB de contrabando o enviar panfletos utilizando globos. Es un país muy hermético que castiga con pena de muerte el consumo de contenido no autorizado. A nosotros nos han intentado hackear desde Corea del Norte», apunta.

Un tesoro en la basura

Y ahí nace otro proyecto en el que se ha involucrado de manera personal. En uno de sus viajes, conoció al profesor de la Universidad de Busan Kang Dong-wan, quien desde hace años recopila la basura que Corea del Norte tira al mar. «Eso le permite diagnosticar la situación socioeconómica del régimen de Pyongyang, y es alucinante lo que se aprende. Hay muchísima información valiosa que se puede extraer de esa basura: cambios en la alimentación, acceso a materias primas, las tendencias culturales… Su sueño era crear un museo, pero no tenía fondos. Entonces le propuse trabajar con él para diseñar una exposición itinerante por el mundo. Todavía estamos cerrando el circuito, pero me gustaría que empezara en València», explica con el entusiasmo de alguien enamorado de un proyecto.

Y ahora. ¿Ha vuelto definitivamente a València? «Sigo con NetFreedom Pioneers, pero sí, me gustaría establecerme aquí para asumir desafíos que, seguramente, no tendrán que ver con este mundo». La idea es que el Cap i Casal sea su base, pero centrarse más en la comunicación y la estrategia empresarial dentro del sector privado, aprovechando su MBA del IE y la Universidad de Brown. «Tras una década trabajando casi exclusivamente en proyectos necesariamente secretos, es momento de avanzar. Quiero trasladar esta inusual experiencia al diseño y desarrollo de marcas y empresas en la intersección entre la tecnología y la sociedad», cuenta.

En el fondo, explica, «lo que me mueve es el ejemplo de mis padres. Mi padre, Juan José Borrás Valls, fue uno de los primeros médicos de España en especializarse en salud sexual y fue asesor temporal de la Organización Mundial de la Salud. Mi madre, María Pérez Conchillo, también fue pionera en este campo, pero desde la psicología, y fue vicepresidenta de la Organización Mundial para la Salud Sexual. Lo que les unió es intentar transitar un camino nuevo, que no existía. Ambos están considerados pioneros de la salud sexual en el mundo y se les atribuye la iniciativa de incluir los derechos sexuales como parte de los derechos humanos. Me acuerdo que, de pequeño, siempre viajaban, se rodeaban de gente muy interesante… y, sin buscarlo, parece que he seguido sus pasos en cierto modo. Siempre han sido mi mayor inspiración», añade. «La historia no se repite, pero rima», concluye.

* Este artículo se publicó originalmente en el número 126 (mayo 2025) de la revista Plaza

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