Fuimos madres jóvenes. Lo hicimos mientras estudiábamos, trabajábamos y luchábamos por abrirnos paso en un mundo profesional que todavía no estaba preparado para nosotras. Éramos parte de una generación que asumió el reto de construir su carrera sin renunciar a formar una familia. Sin demasiadas referencias. Sin ayuda. Sin red.
La maternidad llegó en medio del impulso por realizarnos profesionalmente. Nos esforzamos por demostrar que tener hijos no nos restaba valor. Que podíamos estar en todas partes y cumplir con todo: ser madres presentes, parejas funcionales, hijas responsables y profesionales impecables. Y aunque muchas veces lo conseguimos, no siempre nos permitimos vivirlo con plenitud.
La culpa, la autoexigencia, la falta de tiempo y de descanso formaban parte del paisaje. Conciliación era una palabra lejana. La baja por maternidad era corta. La de paternidad, prácticamente simbólica. Y el Estado, cuando intervenía, lo hacía tarde y con medidas limitadas.
Han entendido que no se trata de elegir entre la carrera y la familia, sino de buscar una manera más sensata de vivir ambas cosas"
Hoy, por suerte, el escenario ha cambiado. La maternidad se vive con otra conciencia. Las mujeres más jóvenes ya no sienten que tienen que justificarlo todo. Se dan el permiso de disfrutar de sus hijos, de parar, de priorizar. Han entendido —quizá porque nos vieron a nosotras intentarlo todo a la vez— que no se trata de elegir entre la carrera y la familia, sino de buscar una manera más sensata de vivir ambas cosas.
El Estado también ha empezado a reflejar este cambio: la baja de paternidad equiparada es un ejemplo de ello. Por fin se empieza a asumir que criar no es una tarea femenina, sino una responsabilidad compartida. Esto, aunque parezca una medida técnica, transforma la experiencia de la maternidad y, sobre todo, alivia a las mujeres de la sensación de tener que cargar solas con el inicio de todo.
Y ahora, a punto de convertirme en abuela, me encuentro en un nuevo punto de inflexión. Y vuelvo a no tener referentes. Ya no somos las abuelas tradicionales. Somos activas, independientes, seguimos tomando decisiones, liderando equipos, escribiendo nuestra historia profesional. Pero ahora desde otro lugar.
No se trata de volver a cuidar como antes, sino de elegir cómo queremos estar. Podemos ofrecer tiempo, experiencia, presencia… sin renunciar a lo que somos. Podemos acompañar sin ocupar. Estar sin desdibujarnos.
Esta etapa no es una vuelta atrás, sino un paso más que me emociona"
Somos la generación bisagra. La que no tuvo referentes y ahora lo es. La que crio con prisa, pero ahora tiene otra forma de mirar. La que abrió caminos profesionales y ahora acompaña a la siguiente generación en su forma de ser madre, sin nostalgias ni lecciones, solo con comprensión y admiración.
A punto de convertirme en abuela, me doy cuenta de que esta etapa no es una vuelta atrás, sino un paso más. Uno que me emociona, porque me permite mirar lo vivido con perspectiva y vivir lo que viene con una serenidad nueva. Y eso, quizás, es el mayor regalo de todos.
Estoy de enhorabuena por esta nueva etapa. Llego a ella con todo lo que he sido, y con todo lo que aún voy a ser.
Bienvenido, Milo. Desde aquí mi homenaje a las nuevas mamás que se permiten valorar lo importante. Orgullo de verlas, orgullo de mi hija Ana, valiente mujer.
Isabel Martínez Conesa
Directora de la Cátedra de Mujer Empresaria y Directiva
¡¡Y abuela!!