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Antropología Industrial

Minimalismo

El lema Menos es más, que pretende quitar lo superfluo del producto final y que este responda lo más posible a la función para la que se produce o se desarrolla, ha quedado diluido en un falso minimalismo que, en realidad, esconde recortes implacables mezclados con humo

Publicado: 24/05/2025 ·06:00
Actualizado: 24/05/2025 · 06:00
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Durante el último siglo, el diseño minimalista ha sido el signo de los tiempos y la pauta en el desarrollo formal de objetos, construcciones, servicios y cualquier conceptualización de producto industrial. Su conocido lema Menos es más se convirtió en una declaración de principios y en el programa ejecutivo de todas las facetas constructivas, desde envases a publicidad, desde el arte al urbanismo.

La idea central del minimalismo es, por un lado, un planteamiento radical que lleva a suprimir todo lo superfluo que pueda lastrar el producto final y, por otro lado, un afán en que dicho producto responda lo más posible a la función para la que se produce o se desarrolla.

A pesar de la opinión de sus críticos, el diseño minimalista suele aportar una influencia positiva, ya que, por su limpieza en las formas, aporta relajación y serenidad. Y, si es debatible el que aporte muchos o pocos beneficios psicológicos, es evidente que resulta menos costoso de producir, al ahorrar estructuras añadidas innecesarias. Bien podría decirse que es el estilo más económico, en el sentido de asignación óptima de recursos.

El minimalismo no ha sido una moda pasajera o minoritaria ni fruto de la cultura occidental. Por el contrario, otras culturas distantes, como la japonesa por ejemplo, han sido un referente de estilo limpio y depurado, que, sin duda, inspiró buena parte del estilo escandinavo —otro gran referente del minimalismo— y de las corrientes arquitectónicas y de diseño de productos en Europa y América.

Los diseñadores valencianos del último medio siglo han sido un referente de genialidad y calidad a nivel mundial. Nombres como Daniel Nebot, Pepe Gimeno, Nacho Lavernia, Paco Bascuñán y los de tantas otras y otros, maestros del diseño y del minimalismo bien entendido, muchos de ellos precursores con el grupo La Nave y casi todos ellos galardonados con premios nacionales e internacionales de diseño. Las causas de este esplendor de diseño valenciano pueden explicarse por la extensa tradición formativa y profesional de lo que se conocía como artes gráficas y oficios artísticos y, por otro lado, por la existencia de abundantes empresas manufactureras de bienes de consumo (mueble, textil, calzado, cerámica, envases, hogar, etc.) que proporcionaron la materia concreta en la que desarrollar sus potencialidades prácticas.

Contrasta esto con un falso minimalismo, en aparente expansión, que, en realidad, esconde recortes implacables mezclados con humo. Un supuesto minimalismo como justificación para que el propio consumidor asuma costes o mermas de producto. Es el modelo de Ryanair, de Ikea o de las grandes compañías de servicios. Y como modelo arquetípico, el caso Tesla.

Los vehículos Tesla se han caracterizado por un diseño tan básico que los botones físicos desaparecieron, así como interruptores y mandos. Solo quedó una pantalla central y un volante que, si se cumple el anuncio del Robotaxi, hasta eso perderá. La gestión del vehículo se realiza en una única pantalla central y, en todo su discurso de marketing, no aparece ni una sola vez el término ergonomía, que se asumía como un dogma indiscutible. La razón de este minimalismo negativo es la reducción salvaje de costes, aun a costa de la seguridad o el confort. Por eso se ha eliminado cualquier sistema de radar o lidar, a diferencia de lo que incorpora un dron de juguete o un robot aspirador, con lo que la seguridad o la evitación de choques quedan reducidos a lo que vea una cámara.

Esta reducción encaja en una cultura comercial donde el consumidor es cada vez más su propio vendedor, su propio cobrador y su propio instalador, asumiendo esos costes. Pero esto no es minimalismo: solo es menos en nuestra cartera y más en la suya.

* Este artículo se publicó originalmente en el número 126 (mayo 2025) de la revista Plaza

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