VALÈNCIA. Antonio Muñoz Molina lleva toda una vida zambulléndose en el Quijote, al que vuelve una y otra vez sin más propósito que el placer. Pero de repente, deja que las notas que se le ocurren durante la lectura fluyan libremente y el resultado es El verano de Cervantes (Seix Barral, 2025), un ensayo que se propone desmonumentalizar la obra cumbre de la literatura española. Estudio, reflexión y también testimonio personal se encuentran en este dietario que descubre un clásico que puede seguir interpelando al lector contemporáneo.
— ¿Este libro está más dirigido a aquellas personas que ya conocen el Quijote o esa una invitación a leer este libro a quien no lo haya hecho?
—En principio, propósito yo no tenía ninguno. Esto ha surgido de una manera muy espontánea. Fui tomando notas de una lectura, simplemente sentí ese deseo. Fue un verano en el que no estaba con ninguna novela ni tenía nada más que hacer, y entonces me puse a tomar notas de manera completamente libre.
Lo que sí te puedo decir es que puede servirle a un lector que lo conoce muy bien, porque el conocimiento de un libro así no se acaba nunca. Al que lo conoce bien puede ayudarle a mirar más cosas y, por supuesto, a mí me hace mucha ilusión pensar que el libro puede ser una guía o un acompañamiento de lectura para quien lo descubra.
—El Quijote sucede en verano, y tú también lo lees en verano. Cervantes no se detiene en describir los paisajes, porque la literatura aún no hace eso. Y, sin embargo, ¡está tan presente el verano y el paisaje manchego!
— El primero que lo dijo fue Flaubert: “¿Cómo se ven esos paisajes castellanos que nunca están descritos?”. Los ves, por ejemplo, con detalles sobre el calor: cuando al principio dice: "Era una de las mañanas del mes de julio", y dice que el calor le calienta a Don Quijote los cascos.
El paisaje está visto, no a través de una descripción académica u objetiva, sino a través de la experiencia de los personajes. Y eso para mí es el arte máximo que puede tener un novelista: el transmitir el mundo, transmitir cosas sin describirlas. Muchas veces uno se puede perder en las descripciones. Es una tentación que tiene un escritor —que yo tengo muchas veces también. Quiere ser preciso, dar una idea de las cosas, pero muchas veces la mejor manera es no describirlas, dejar un espacio en blanco para que el lector lo llene con su imaginación.
—Planteas que el Quijote es tanto ficción como crítica literaria y permite diferentes capas de lectura.
—A mí me gustaría ayudar a desmonumentalizar el Quijote, que eso de lo clásico parece producir una mezcla de temor y de aburrimiento anticipado. En el momento en que se escribió, era un libro de aventuras, de risa, de crítica literaria. Era muy inmediato, muy vital.
Pero si no pillas las referencias culturales que hay, no pasa nada, porque eso llega a ti de una manera inconsciente. La mayor parte de los lectores no son especialistas en crítica literaria. Mi madre, una mujer que aprendió a leer y a escribir bien en una escuela de adultos, ha sido una gran lectora del Quijote. ¿Qué es lo que ve ahí? Ve la referencia humanística, ve unos seres humanos que son cercanos a ella y que muchas veces le provocan mucha risa o lástima o curiosidad.
— Siguiendo la idea desmonumentalizar el Quijote, es importante destacar que otra de sus grandes fortalezas es Cervantes naturaliza mucho el lenguaje. Cada personaje habla, a su manera, cercano a su realidad y poco tiene que ver con ningún tipo de artificialidad de lo que se pudiera pensar de un clásico.
— Lo que tiene de revolucionario Cervantes es que, en un mundo literario en el que los lenguajes están muy codificados, él deja entrar el habla de la gente, de la gente común, el de todo tipo de personas y clases sociales. Eso es prodigioso.
Y luego, Cervantes está siempre jugando con el lenguaje literario. Crea un discurso retóricos de Don Quijote que son objetivamente de una gran belleza, pero a continuación lo que hace es pincharlo como un globo. Es decir, hace burla de los lenguajes elevados. Hay un momento en la segunda parte, en el retablo de Maese Pedro, en el que un muchacho está describiendo lo que pasa en el retablo y empieza a usar un lenguaje muy ampuloso, y entonces Maese Pedro le dice: "Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala". Esa frase resume también lo que muchos sentimos ahora con la política; me dan ganas de decirle eso: "Llaneza, muchacho, no te encumbres".

- Antonio Muñoz Molina, en su presentación en Madrid. -
- Foto: Fernando Sánchez / Europa Press
— El Quijote, a pesar de la excelencia con la que está escrito, se va haciendo sobre la marcha. Cervantes improvisa, lo va descubriendo. Y eso también me parece algo cumbre (más aún comparándolo a los procesos de depuración de la literatura actual): la posibilidad de que una novela se vaya descubriendo conforme se hace.
— Eso es clave, sobre todo en la primera parte. Otra vez, el clásico podría parece una cosa maciza y perfecta, donde casi no cabe la naturaleza humana. Pero en el Quijote te das cuenta de cómo Cervantes está improvisando. Entre otras cosas, porque hay elementos que se le olvida que ha dicho antes. En la primera parte, la mujer de Sancho Panza tiene tres nombres distintos. Va escribiendo y no se para a corregir, está improvisando.
Poco a poco, va encontrando una estructura. La única manera de aprender a escribir una novela es escribiéndola. Llega un momento en el que Cervantes va intuyendo una estructura, como las aventuras de los cómics que duraban una página. El caballero encuentra algo que le parece que es una aventura heroica, se lanza y termina en desastre. Los molinos de viento es una comedia de situación, porque tiene siempre los mismos elementos que se repiten. Y poco a poco empieza a haber más personajes, una intriga, un misterio que hay que seguir… Pero eso, insisto, surge sobre la marcha.
— Lo que es alucinante es que esta improvisación, este ir haciendo, funcione con esa brillantez.
— ¡Es que la improvisación además le da frescura! Mucha gente piensa que un libro es hacer un plano como un arquitecto, crear una estructura anticipadamente y luego ir escribiendo. Eso, que yo sepa, en mi caso y en el de mucha gente que conozco, no es verdad. Tú te vas lanzando y en el proceso vas encontrando lo que tienes que escribir.
—Sobre todo cuando la narración va oscureciéndose la segunda parte, parece que Cervantes no tuviera especial apego a su propia creación. Él veía que la primera parte de el Quijote le había hecho muy popular, pero tampoco le había encumbrado, y de hecho, quería mostrar su excelencia en otras obras, como Persiles y Sigismunda. Choca pensar que un libro cumbre para la literatura universal no fuera ni siquiera motivo de orgullo para su propio creador.
—Eso es ambivalente. Él tiene mucho orgullo, pero las personas somos muy complicadas y los valores literarios imperantes en cada época tienen mucha fuerza y hay un prestigio que se concede a ciertos géneros por encima de otros. Cervantes, claro, tenía este libro, que no tiene estatus de alta literatura en el momento en que se publica. En ese momento, el prestigio era hacer un poema épico o lo que hizo después con Persiles y Sigismunda; cosas que eran de una apariencia estilística superior. Él tiene ese complejo por dentro, pero al mismo tiene más orgullo del que él reconoce. Cervantes quiere ser un gran escritor según los cánones de su época, no de la nuestra.
— Que el Quijote ha sido una influencia en otras obras, es de sobra conocido. Pero en este libro incluyes fragmentos de diarios de otros escritores que hablan de este libro como una iluminación que va más allá de la influencia, que les supone un antes y un después.
— Eso es prodigioso. No es, de manera abstracta, decir que el Quijote ha sido muy influyente”. ¿Qué dice Thomas Mann? ¿Qué dice Herman Melville? ¿Qué dice Flaubert? Este libro es como un fertilizante para las distintas tradiciones a las que llega. Fertiliza la literatura en Inglaterra desde finales del siglo XVIII, con la primera maduración de la novela como género. Ahí está Don Quijote, como el suelo fértil sobre el que crece.
De pronto tiene en Francia, Stendhal, Flaubert, Balzac… Todos son lectores de el Quijote. O la influencia sobre Mark Twain (una idea novedosa que puede aportar este libro, precisamente): Don Quijote le ayuda a comprender el racismo en el sur de Estados Unidos.
A escritoras también el modelo de Don Quijote se les convierte en un modelo de su propia emancipación. Yo descubrí un poco por azar El Quijote Femenino, de Charlotte Lennox, que cuenta la historia de una mujer que pierde la cabeza leyendo novelas románticas. Es un libro de 1750 que fue popularísimo en la época y que influyó mucho, por ejemplo, a Jane Austen.

- Antonio Muñoz Molina, en su presentación en Madrid. -
- Foto: Fernando Sánchez / Europa Press
—En el libro también incluyes fragmentos en clave más personal. Dice que para ti, el Quijote es un lugar al que huir. Ahí está todo, tal vez.
—Es lo que buscamos en la vida, un refugio. No podemos estar a la intemperie permanentemente. Y yo creo que una razón por la que leemos libros y vemos películas y nos contamos historias los unos a los otros y escuchamos música, es por encontrar un refugio. Un refugio que nos proteja y nos ayude a conocernos a nosotros mismos, a los demás y el mundo.
El presente es demasiado opresivo. Cuando hace un día de calor, necesitas ponerte a la sombra. Si hay una tormenta, tienes que buscar techo. Y en último extremo, El Quijote es un libro importante para mi. Cada cual va encontrando ese refugio en las cosas que le gustan.